Rencor y perdón

Hola!

Estos son dos artículos de Josep Marc Laporta (musicólogo, sociólogo, psicólogo, y experto en mediación de conflictos) que guardo desde 2009. Uno es sobre el rencor y el otro sobre el perdón. Imagino que hay muchos artículos de esta temática, pero no sé, yo sintonicé con estos que me movieron a la acción y por eso quiero compartirlos.

 Los he usado en dos ocasiones, espero haber aprendido y no volver a necesitarlos. La primera vez llegaron a mi cuando llevaba dos años sin hablarme con una persona por un malentendido. Estaba bloqueada y muy dolida en ese momento. Dos años para procesar y sanar. Su lectura y su reflexión, me dio la energía para resolverlo. La segunda vez, ocurrió lo mismo, aparecieron de nuevo en un archivo del ordenador olvidado, y volvieron a hacer su magia; desde entonces los guardo como oro en paño. En los dos casos, las personas con las que me había dejado de hablar, me dieron las gracias por haber sido “valiente” me dijeron, ellas también habían querido hacerlo pero no se sintieron fuertes o no supieron cómo hacerlo, así que me agradecieron que diera el paso. Por eso a lo largo del tiempo los he compartido con muchas personas a las que he pensado que su lectura y reflexión podía ayudar. Sé que lo ha hecho.

Casi todas las personas en algún momento de nuestra vida habremos pasado por un momento de dolor o desencuentro con otros, hemos tenido que perdonar o nos han tenido que perdonar. Así que desde el punto de vista astrológico, no tiene mucho sentido recomendarlo para un signo concreto, sabemos, que en una carta astral intervienen muchos planetas, se dan muchos aspectos y somos mucho más que un signo. De todas maneras, es probable que si tienes muchos planetas fijos (tauro, leo, escorpio o acuario), una lunita poco trabajada o  un marte, un saturno o un plutón retador, este artículo te venga de perlas. Te recomiendo leerlo despacito, hasta el final, con humildad, con la mente y el corazón abierto, seguro que te hace pensar… y actuar.

EL RENCOR

El rencor es un sentimiento doloroso o una rabia más o menos intensa que todos hemos sentido alguna vez, aunque hay personas que, adictas a este sentimiento, lo viven permanentemente. El rencor es un enojo profundo y persistente que se apodera de nosotros y que nos puede llevar a tomar actitudes y acciones impensables, incluso, irracionales. Es por ello que este amargado resentimiento, desequilibra y enferma el cuerpo y la mente.

Normalmente el rencor se genera cuando la persona se ha sentido ofendida, humillada, dañada o ridiculizada. La característica principal es la rabia por el daño sufrido que no se expresó, quedando emocionalmente estancado, permaneciendo en silencio y repercutiendo en posteriores acciones y actitudes. Pese a que la rabia no se exprese, el rencor sigue ahí, generando sentimientos de odio, con resoluciones erróneas. Pero este sentimiento también se aprende. En las relaciones familiares y sociales podemos copiar formas de comportamiento rencoroso, especialmente en las filiales. Si un padre o una madre actúan y se manifiestan en el círculo familiar con un resquemor constante, los hijos asimilarán dicho comportamiento y muy posiblemente lo incorporarán a su carácter en mayor o en menor grado.

A veces no es fácil detectar el rencor, pero sí que se puede observar algunos detalles o signos que lo delatan. Por ejemplo, una disposición negativa hacia quien generó el rencor, tomando actitudes de boicotear sus iniciativas. También, negarse a participar y marginarse ante algunas acciones que propone esa persona contra la que se siente rencor. O, incluso, no hablar de ella o con ella. Otra forma de observación es cierta impaciencia, estar con los puños cerrados, hablar de manera contundente, seca y dura o, también, no mirar a los ojos de la persona que le generó el rencor. Pero no deberían confundirse estas actitudes de rencor con la protección que objetivamente se debe tener cuando una persona nos ha hecho daño. La defensa o cuidado para que no nos vuelva a suceder lo mismo, es una lógica forma de protección y cautela. El rencor va más allá: actúa con repulsión y de manera reaccionaria, generando más daño en uno mismo que en la persona que nos ofendió.

A veces, el rencor es inconsciente, sin saber que se sufre. Estos casos se dan bastante con respecto a los padres. Se niega hasta la saciedad porque admitirlo generaría un gran sentimiento de culpa que no están dispuestos a asumir. Pero no olvidemos que el rencor hacia los padres es uno de los más comunes, habitual en adolescentes que toman actitudes de oposición constante, negativos y desmotivados ante todo. Suele ser hacia uno de los padres y, en algunos casos, este sentimiento perdura durante años, llegando hasta la adultez.

Como señalé anteriormente, el rencor aparece cuando la rabia no se pudo expresar en su momento o se expresó a medias. Por ello es saludable expresar las emociones adecuadamente, tanto en tiempo como en forma, porque si no tenderemos a acumular y enquistar dolores. Como su raíz latina indica, ‘rencor’ viene de ‘rancio’, expresando perfectamente cómo nuestro carácter va degenerando. El rencor tiene malas consecuencias, porque se acomoda y, al final, ese irracional odio y resentimiento puede llegar a paralizar una persona, llevándola a un estado de insensibilidad ante aquello que le ocasiona el rencor. ‘Rencor’ también paralelismos etimológicos con ‘resentirse’, que significa tener un sentimiento, pesar o enojo por algo, denotando flaqueo y debilidad. El rencor nos debilita.

Muchas personas creen que manteniendo el sentimiento de rencor durante tiempo vencerán en las disputas y serán más felices. Pero, al contrario de lo que piensan, se sentirán más atados y encadenados, sin poder desprenderse del rencor. Los circuitos del placer negativos son mecanismos que simulan alcanzar un cierto bienestar con la complacencia de un sentimiento erróneo, pero lo que logran es un placer destructivo que nos hace adictos a sentirnos contentados con el rencor. No obstante, los placeres positivos son diferentes: construyen y participan del bien común, eliminando los sentimientos que nos destruyen. Pese a que parezca difícil, hay salida y liberación ante ese sentimiento tan destructivo.

Cómo superar o no caer en el rencor

* Darse cuenta de que existe. Será difícil superar el rencor si no se tiene conciencia de que está presente, tanto por una situación puntual o en nuestro propio carácter. Asumir su presencia es vital para empezar a salir de él. También es bueno conocerse y saber que nuestra tendencia a no ser comunicativos y asertivos nos puede llevar a ser potencialmente rencorosos. Este punto de partida de autoconocimiento será importante para no caer en el rencor fácilmente.

* Entender que mantener el rencor nunca será una venganza. Hay quienes piensan que manteniendo permanentemente el rencor conseguirán vengarse de quien les hizo daño. Pero el rencor es un sentimiento que sólo lo sufre quien lo tiene, no la otra persona. En cualquier caso, la venganza es hacia nosotros mismos, que nos mortificamos con un sentimiento que, pese a que parece que nos da placer, no resuelve las cosas, sino que las empeora.

* Mantener una distancia prudencial sin llegar a desatar el rencor. Si alguien nos ha hecho daño, es normal mantener una distancia prudencial psicológica para que no volver a sufrir. No obstante, utilizar la distancia como una forma de rencor puede ser contraproducente para nuestros intereses emocionales. El distanciamiento puede ser muy necesario y conveniente; pero alimentar el rencor a través del alejamiento puede llevarnos a caminos sin salida en lo psicológico.

* Ser asertivo. Una persona que es asertiva, rara vez sentirá rencor hacia alguien. Aquel que expresa en el momento adecuado sus sentimientos a la persona adecuada, se estará vacunando del rencor. La asertividad se aprende poco a poco, diciendo las cosas oportunamente, no dejándolas a expensas de los sentimientos o del azar.

* Expresar lo que se siente, no solamente lo que se piensa. Las personas rencorosas no acostumbran a expresar los sentimientos, los acumulan innecesariamente, por lo que este silencio de comunicación les provoca sensaciones de rencor. Hablar, expresar y contrastar permite, como mínimo, entender o hacer que nos entiendan, creando puentes de comunicación y perdón.

* Expresar el enojo con la persona que lo generó. Expresar con otra persona diferente a la que nos provocó el enojo no significará que lo superaremos. Es necesario enfrentar nuestro dolor e irritación con la persona que nos lo generó, para así, de manera civilizada y correcta, poder contrastar las razones de nuestro estado y encontrar la salida al rencor y al malentendido.

* Atajar a tiempo el problema que generó el rencor. Dejar pasar las cosas es la manera perfecta para que nuestros sentimientos negativos se agranden. Las soluciones tienen su tiempo, con la finalidad de que el problema se intercepte bien. Dejar que se mantenga un problema y no darle importancia es empeorar las cosas, por lo que es muy posible que anide el rencor.

* Acostumbrar a nuestra mente a pensar de manera positiva y comprensible. Gran parte del rencor se forja en no querer entender que las personas se equivocan y tienen actitudes erróneas, incluso sin querer ni pretenderlo. Muchas veces, el ser humano está desprotegido de sus propios errores, porque está aprendiendo en el camino de la vida y, lógicamente, se equivoca. Si nos sentimos enojados y afectados por un sentimiento de rencor, podemos ayudar a nuestra mente a que no se aísle con el problema, sino que entienda que esa afectación tiene razones que, incluso, pueden ser muy irrazonables, debido a nuestra naturaleza humana. Todos erramos, y es muy posible que mientras estamos sintiéndonos rencorosos por algo, nosotros repitamos el mismo error.

* Aprender a olvidar las ofensas. No se debe olvidar lo que provocó el sentimiento de rencor, pero sí que se puede olvidar la ofensa de ese hecho. Una persona puede habernos hecho daño con una actitud despectiva o vejatoria, pero nosotros podemos empezar a superar la situación si separamos el dolor de la ofensa del acto en sí. Lo que sucedió no se puede mover, sucedió, no se puede borrar y nos debemos proteger para que no suceda más; pero sí que se puede borrar el caparazón que envolvió el problema: la ofensa. Distinguir una cosa de otra nos permitirá enfrentar correctamente la dificultad.

* Aprender a perdonar. El perdón no solamente salda las cuentas con la persona que nos provocó el rencor, sino que, esencialmente, libera nuestra culpabilidad y nos hace sentirnos perdonados a nosotros mismos. Perdonar no solo es un acto, sino un sentimiento asociado a un acto. Por lo tanto, para perdonar tendremos que aunar esfuerzos, andando un camino de restitución de la mano de nuestros sentimientos y de un acto o actitud concreta.

* Todos cometemos errores y nadie está libre de ellos. Tanto el que sufre de rencor como el causante, cometen errores y nadie está libre de repetirlos una vez tras otra. Al final, muchos de los que han estado distanciados durante muchos años, no pueden recordar la razón exacta y, a veces, si la recuerdan, se dan cuenta que ya no tiene la misma importancia. No obstante, el sufrimiento que se vivió durante años fue porque cuesta dar el primer paso de la reconciliación. También es un error no darse cuenta de que mantener un enojo o un rencor permanentemente puede llegar a ser muy ridículo. Por ello es sabio quitar hierro a ciertos asuntos, y, si fue de suma importancia, enfrentarlo y solucionarlo antes de que nos corroa por dentro.

* La enfermedad está detrás del rencor. A veces se ignora que muchas enfermedades se relacionan con el rencor y el resentimiento, porque son heridas del alma que no se cierran en la mente y que, seguidamente, se hacen carne y se traspasan al cuerpo. Toda emoción negativa no sólo es perjudicial desde el punto de vista emocional, sino que también repercute en nuestro organismo, en nuestra salud física. Cuando las personas tienen rencor o piensan en situaciones de venganza, tanto la presión arterial como el ritmo cardíaco se disparan al doble de su actividad normal. Pero si animamos y evocamos emociones positivas, la mente y el cuerpo se tranquiliza y entra en un estado de ritmos cardíacos normalizados, disminuyendo el estrés.

PERDONO, PERO NO OLVIDO

Muchas veces habremos oído decir ‘perdono pero no olvido’. Ya sea en círculos privados o en reuniones sociales o familiares, esta expresión se ha hecho muy popular, hasta el punto de vincular íntimamente perdón y olvido como si fueran una misma cosa. En realidad están muy interrelacionadas, porque perdonar pero no olvidar es otra manera de decir ‘no puedo perdonar’. Incluso cuando se dice ‘perdono, pero no olvido’, se pronuncia de manera amenazante.

Es cierto que nunca se olvida. El recuerdo de una acción que nos ha perturbado profundamente no se puede borrar así como así, porque los mecanismos de la memoria no se pueden anular, ni con el tiempo ni obviando toda una serie de razones que nos llevaron a sentir un profundo malestar. Pero sí se puede impedir que las consecuencias de la ofensa aumenten o que los recuerdos nos asedien hasta el punto de no poder vivir en paz. Se puede perdonar y también se puede olvidar el dolor y el aguijón de la pena; esto es lo importante.

El perdón es una virtud social y humana que pretende hacer reversible una ofensa, ya sea verbal, de actitud o de acción. Su etimología es interesante: per y donare, que significa ‘pasar por en medio de un regalo’ u ofrecer un regalo. Desde esta perspectiva podemos entender que el perdón es un regalo que presentamos a quien nos ofendió. Una especie de compasión que ofrecemos a nuestro agraviador admitiendo que no nos ha de afectar más ni tampoco tendría que afectar a las relaciones futuras.

Perdonar es liberar al otro de una deuda que le castiga, pero también libera a quien lo da, porque el propio peso nos asedia constantemente hasta el punto de vivir descorazonados. Ahora bien, el perdón no es la amnesia de las ofensas que recibimos. El perdón es un proceso de aceptación de las enseñanzas del problema, de las condiciones que nos llevaron a esa disputa y de los actores que participaron. En la medida que aprendemos y asumimos, podemos empezar a perdonar. Tampoco el perdón se puede imponer ni demandar pues es un proceso personal que necesita de tiempo. Olvidar el dolor y el aguijón de la pena, también necesita su tiempo.

A veces no se puede dar el perdón o recibirlo por el orgullo herido. Este orgullo moribundo puede llegar a mortificar por la trascendencia de lo que pasó y condicionar el futuro. También se cree que perdonar a una persona es darle la razón, pero no tiene nada que ver. Perdonar es liberarte del problema y aprender a ver el nuevo camino para no caer en los mismos errores. Todo necesita su tiempo, el orgullo y la convicción de que no damos la razón en balde. Pero este tiempo de asimilación siempre necesitará de la colaboración de nuestra voluntad. A pesar de que el perdón es un acto de la voluntad, también nace de la belleza de un corazón sincero y bueno. En realidad, es imposible perdonar sólo con una buena actitud de la voluntad si no existe al mismo tiempo un deseo muy íntimo de paz y concordia.

Cuando perdonamos a alguien sus ofensas, también nos perdonamos a nosotros. Es una mirada a nuestra humanidad y limitaciones, observando que nosotros también podemos caer exactamente en la misma irresponsabilidad y ofender a otros. Perdonar es perdonarnos, liberarnos de nuestro juicio acusador y aceptarnos, con virtudes y errores, sin soberbia ni prepotencia. Es por ello que no se puede dar nada que no hayamos sentido anteriormente. El acto del perdón no libera al culpable solamente, sino que, especialmente, me libera a mí de las convulsas consecuencias. En realidad, perdonar es un descanso para el alma.

Empezando a perdonar y a olvidar el dolor

 * El perdón no es olvidar lo que sucedió ni excusarle, ni resignarse. Muchos de nuestros intentos de perdón fracasan pues confundimos esencialmente lo que es perdonar. El perdón no es olvidar lo que nos ocurrió. No significa excusar o justificar un determinado evento o mal comportamiento. No es aceptar lo ocurrido con resignación. No es negar el dolor. No es minimizar los sucesos ocurridos. No significa que estés de acuerdo con lo que pasó, ni que lo apruebes. Perdonar no significa dejar de dar importancia a lo que sucedió, ni darle la razón a alguien que te hizo daño. Básicamente, perdonar significa dejar de lado aquellos pensamientos negativos que nos causaron dolor o enojo.

* El perdón no debe conducirnos inexorablemente a la reconciliación con el agresor. Pensamos que perdonar es hacernos íntimos amigos de nuestro agresor y por tal motivo lo rechazamos. El perdón se basa en la aceptación de lo que pasó, superando los dolores que nos implican. Comprender que el perdón es un asunto propio que no debe necesariamente pasar cuentas con el agresor, permitirá tomar una actitud resolutiva con nosotros mismos para quedarnos en paz con nuestra conciencia. No obstante, sería preferible que el perdón nos condujera a una reconciliación; pero este objetivo no debe impedir la liberación personal a través del perdón.

* El perdón se debe de realizar ‘sin expectativas’, sin esperar que nada suceda. Si esperamos que el agresor acepte su error, estaremos esperando en vano y gastando nuestro tiempo y nuestras energías en una disculpa que jamás llegará. Si estamos esperando esta reacción, luego de haber perdonado, seguiremos anclados en el problema, en el ayer, queriendo que nos paguen por nuestro dolor. En realidad, supuestamente habremos perdonado, pero en realidad, seguiremos esperando una retribución, un resarcimiento que nunca llegará, con lo que aumentará nuestro dolor. Es entonces cuando nos daremos cuenta de que no hemos perdonado y que quien tiene el control de nuestra vida es el ego. El ego quiere, a toda costa, castigar o cobrar al agresor.

* El pasado nunca podrá ser cambiado; por lo tanto el perdón no cambia el pasado, cambia el presente. No existe nada ni nadie que pueda resarcir el dolor ocasionado en el pasado; el pasado no tiene cómo ser cambiado. Ningún tipo de venganza o retribución podrá subsanar los momentos de tristeza y desolación que vivimos, lo mal que nos sentimos. Esperar una disculpa o que se acepte el error, nada de ello cambiará los hechos ni lo ocurrido en el pasado; sólo estaremos queriendo alimentar nuestro ego, nuestra sed de justicia mal enfocada.

* Perdonarnos a nosotros mismos: la clave del perdón. La falta de perdón es el veneno más destructivo para el espíritu ya que neutraliza los recursos emocionales que tenemos. Muchas veces, la persona más importante a la que tenemos que perdonar somos nosotros mismos. Al pasarnos cuenta de todas las cosas que no fueron de la manera que pensábamos, estamos cerrando con llave la puerta de nuestro corazón. Perdonando nuestro interior, logramos mirar los hechos más objetivamente, tal y como sucedieron, y luego decidimos dejarlos ir, dejarlos en el ayer.

 * Liberar la implicación emocional. Un paso práctico para perdonar es liberarnos de la implicación emocional; separar, en lo posible, la emoción de la racionalidad. No dejar que el huracán de las emociones afectadas por el problema nos bandee a su antojo. Sumidos en el huracán de las emociones alteradas, la percepción de la auténtica realidad es un espejismo. Por tanto, es mejor dejar que el tiempo ponga un poco de estabilidad, sin tomar decisiones erróneas, ni de prematuro y superficial perdón, ni avivando enemistades. Para liberar la implicación emocional es aconsejable hablar del tema que nos afecta con terceras personas que no estén de ningún modo implicadas en el problema. Su objetividad, distancia y no participación en la afrenta, ayudará a liberar el exceso de emociones.

* Dar espacio a la verdad objetiva de la ofensa. Encerrados en nuestras propias opiniones y razones, obviamos que hay una verdad más objetiva. La emoción que gobierna a alguien ofendido le hace sentir que tiene toda la razón y es el centro de los dolores. Ver las cosas desde otra perspectiva, nos hace más objetivos, por lo cual el perdón se puede ir gestando con paso firme. Hablar con una tercera persona totalmente ajena al problema es necesario para tener más objetividad. También es aconsejable una visita y conversación con un coach.

* Permitir que el tiempo trabaje a nuestro favor. El perdón real necesita de un proceso, una adaptación y asunción de la realidad. Perdonar íntegramente y definitivamente es un acto responsable que precisa de tiempo. Habitualmente, las actitudes más maduras y responsables de perdón se ejercen después de un continuo proceso responsable de conciencia y convicción. A pesar de que es recomendable solucionar una enemistad cuanto antes, en la mayoría de las ocasiones el tiempo permite madurar nuestras opiniones y sensaciones para lograr un buen perdón hacia nosotros mismos y hacia la persona que nos afrentó.

* Perdonar es empezar a olvidar el dolor causado. ‘Perdono pero no olvido’ es una declaración reincidente en la ofensa y sus consecuencias que no lleva al perdón real. Evidentemente, nunca se olvida, la memoria seguirá recordando los hechos. Pero es importante darnos cuenta de que decididos a pasar la página del dolor y su implicación emocional, estaremos empezando a perdonar perdurablemente. Sí que se puede perdonar y olvidar; al menos, el dolor y el aguijón de la pena.

* El perdón es una expresión del amor. Perdonar es una respuesta de amor. En la medida que amemos, estaremos más dispuestos a perdonar. Muchas veces, la persona que nos ha afrentado es alguien que amamos mucho. Perdonar es permitir que el amor venza a la ofensa y dar una nueva oportunidad a la paz, a nuestra propia paz. No olvidemos que el perdón libera ataduras que amargan y enferman el cuerpo. El amor cubrirá multitud de faltas.

* Perdona para que puedas ser perdonado. En la medida que perdonemos, estaremos proclamando que el perdón es el camino más corto para la paz y la tranquilidad del corazón. Sabremos perdonar si hemos perdonado.

Artículos copiados de Josep Marc Laporta

 Espero que te hayan gustado y que su lectura te haya servido de utilidad, seguimos compartiendo, un abrazo,

Amagoia, Bilbao a 23/02/2024

Autora: Amagoia

Amagoia Ibarrondo

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